Perfect Days (2023)

CREATOR: gd-jpeg v1.0 (using IJG JPEG v80), quality = 75

La carrera del director alemán Wim Wenders no solo ha girado en torno a la realidad de su país natal, del que retrató sobre todo la situación existente durante la Guerra Fría -donde la presencia del Muro de Berlín era inevitable-, sino que ha tenido también una importante vertiente internacional. Tanto en largometrajes de ficción como en documentales, el cineasta ha explorado culturas como la estadounidense, la latinoamericana y la japonesa. Es esta última dimensión la que vuelve a estar presente en su filmografía con Perfect Days (Días perfectos), que estuvo nominada en la categoría de mejor película internacional en la edición de los premios Óscar de este año, siendo además la primera cinta japonesa dirigida por un extranjero que recibe esa nominación.

El origen de la película buscaba algo distinto a lo que finalmente hizo Wenders. El director fue contactado por The Tokyo Toilet, un proyecto de reurbanización que estuvo a cargo de la creación de baños públicos de alta gama arquitectónica y tecnológica para la capital japonesa, con el fin de que hiciera unos breves documentales sobre esos espacios. Sin embargo, el cineasta propuso la posibilidad de hacer un largometraje de ficción que utilizara esos baños como parte de la trama, con un presupuesto reducido y un breve periodo de rodaje, lo que fue aceptado por los responsables. La obra resultante no solo cumple con esos objetivos, sino que intenta representar una filosofía de vida que eleva lo que en un inicio sería una modesta pieza audiovisual a algo mucho más trascendente.

Para algunas personas, el trabajo del protagonista Hirayama (Kōji Yakusho) puede parecer deshonroso, sobre todo en una sociedad como la japonesa, pero el hombre que se dedica a limpiar baños públicos en el barrio de Shibuya lo hace con dedicación y profesionalismo. A diferencia de un joven compañero llamado Takashi (Tokio Emoto), que está más interesado por su novia Aya (Aoi Yamada) y por un estilo de vida banal, el personaje principal lleva una existencia controlada, tranquila, donde las labores de limpieza son una extensión de las demás actividades que realiza con serenidad en su día a día, ya sea comer su almuerzo bajo la sombra de los árboles o sacar fotografías de los pequeños momentos que ocurren a su alrededor.

Gran parte del guion escrito por Wenders y Takuma Takasaki gira en torno a situaciones cotidianas, a narrar la rutina diaria del protagonista, desde que se despierta y ordena su cama hasta que se acuesta y lee un libro a la luz de su lámpara. No es coincidencia, por lo tanto, que el protagonista tenga el mismo apellido que la familia de la película Tôkyô monogatari (Tokyo Story; 1953) de Yasujirō Ozu, un director que ha sido reconocido por Wenders como una importante influencia para su obra. El ritmo pausado y enfoque contemplativo que ocupa Perfect Days pueden ser asociados al tipo de cine que caracterizó a Ozu, siempre interesado por los detalles y los matices, cuyas virtudes prefería por sobre lo pirotécnico y lo aparatoso.

Esas similitudes, sin embargo, no impiden que la cinta pueda lograr una personalidad propia. Ya los movimientos de cámara distinguen a Wenders de Ozu, quien en raras ocasiones salía de sus planos estáticos, mientras que la utilización de una banda sonora occidentalizada -con canciones de Lou Reed, The Animals, Patti Smith y Nina Simone- alejan a la película de aquel tradicionalismo que enaltecía el cineasta japonés. Hirayama también aprecia el valor de lo clásico, pero en su caso el pasado está representado por objetos de hace algunas décadas atrás, como casetes de música o una cámara fotográfica analógica. En vez de caer en una imitación barata y deshonesta, el director alemán opta por adaptar ese estilo a una visión personal, acorde a sus sensibilidades e intereses.

Debido a su ritmo y planteamiento, más de algún espectador podría señalar que estamos ante una cinta donde “no pasa nada”. Esa acusación no solo es errónea en términos superficiales, ya que la trama si presenta algunos conflictos y obstáculos para el protagonista, sino que pasa por alto todo aquello que el largometraje aborda de forma tangencial o indirecta. No es necesario que una obra deletree todo lo que quiere decir para que podamos captar las ideas que plantea, lo que en el caso de Perfect Days se puede ver tanto en lo que muestra como en lo que no muestra. Como el guion no revela demasiada información sobre el pasado del protagonista, es el público el que debe llenar los vacíos para interpretar cómo llegó a vivir de esa manera y cuál es su visión actual del mundo.

Para lograr esto, la labor del actor protagonista era fundamental, ya que en manos equivocadas la sencillez de Hirayama podía resultar vacía, insustancial. Kōji Yakusho, que ganó el premio al mejor actor en el Festival de Cannes del año pasado, logra completar la caracterización del personaje gracias a una serie de gestos sutiles y cosas que es capaz de decir sin palabras, lo que le da más dimensiones a lo que estaba en las páginas del guion. En el peor de los casos, el largometraje podía haberse convertido en un ejercicio tan pretencioso como trivial, pero el trabajo de Wenders y sus colabores, incluidos el director de fotografía Franz Lustig y el editor Toni Froschhammer, elevan el relato a algo memorable y valioso.

Lo efímero atraviesa las escenas de la película, desde su vertiente existencial -por el carácter finito de nuestras vidas- hasta lo ordinario -como aquellos momentos irrepetibles que vemos en nuestro día a día-, en una invitación a reconocer su belleza y no ignorarlo. El título original de la obra, Komorebi, hacía referencia a esto, una palabra en japonés que describe el efecto producido por la luz del sol cuando pasa por las ramas de los árboles. Es, al mismo tiempo, un reconocimiento del atractivo de la naturaleza, un enaltecimiento de los pequeños detalles y una forma de atesorar algo que es en esencia pasajero, único.

Deja un comentario