The Bikeriders (2023)

The_Bikeriders-posterComo el nuevo largometraje de Jeff Nichols, The Bikeriders (El club de los vándalos), está ambientado en el mundo de los motociclistas, puede parecer extraño que su principal fuente de inspiración haya sido la película Goodfellas (1990). Aunque las realidades que retratan son distintas en términos superficiales, comparten algunos puntos en común en su funcionamiento y ambas obras buscan transmitir tanto el atractivo que conquistó a quienes quisieron unirse a esos grupos como el peligro que implicaba formar parte de ellos. Es un equilibrio preciso que debe evitar los extremos de la glorificación carente de crítica y la demonización simplificadora, lo que complementado con un estilo que ocupa narración en off, un relato que se extiende por varios años y la inmersión en un determinado tiempo y lugar, permiten vincular a esta cinta con el inmortal trabajo de Martin Scorsese sobre el crimen organizado.

La película es una adaptación del libro fotográfico de Danny Lyon, quien durante los años 60 registró las actividades de un club de motociclistas en Chicago, con fotografías que eran acompañadas de entrevistas a sus miembros. Si bien Nichols cambia algunos de los aspectos reales de la historia, como el nombre del club y ciertos detalles de los personajes, eso no perjudica su objetivo principal, que consiste en capturar una determinada atmósfera de esa subcultura, para que los espectadores puedan sumergirse en ella. La obra no solo se inspira en las fotografías de Lyon, que llegamos a ver durante los créditos finales, sino también las entrevistas que hizo, con testimonios que son traspasados de forma casi textual a la cinta, para construir la particular idiosincrasia de la historia.

Uno de los testimonios predominantes a lo largo del relato es el de Kathy (Jodie Comer), una joven que llega por mera casualidad al club de los Vándalos de Chicago, cuando una amiga la invita a un bar. Allí conoce a todos sus integrantes, incluido el líder del grupo, Johnny (Tom Hardy) -un excamionero que es además padre de familia-, pero es Benny (Austin Butler) quien llama su atención, un misterioso motociclista que a pesar de las señales de peligro que transmite logra cautivarla. Lo que parecía una simple experiencia pasajera se convierte en un matrimonio entre ambos, algo que creará una triple tensión entre los deseos de Kathy por formar un verdadero hogar, la búsqueda de Johnny para encontrar a su sucesor y el espíritu impulsivo e indomable de Benny.

El rol de Lyon es interpretado por el actor Mike Faist, quien aparece en varias escenas con su cámara fotográfica y micrófono en mano registrando la vida de los integrantes del club. Estos momentos, en los que entrevista a los personajes, le otorgan ciertos tintes de documental a la película, la que si bien no llega a integrar realidad y ficción al nivel de cintas como Bernie (2011) de Richard Linklater o American Animals (2018) de Bart Layton, aprovecha ese recurso narrativo para entregar información o desarrollar ideas que habrían sido difíciles de transmitir de manera más elocuente. A esto también contribuye el hecho de que las declaraciones de Kathy no esconden sus críticas hacia la forma en que funciona el grupo de motociclistas, a quienes en más de una ocasión tilda de infantiles.

Las ausencias más notorias en las entrevistas son Benny y Johnny, personajes que como consecuencia de ello terminan siendo más difíciles de descifrar. Es interesante el caso de Johnny, un hombre que tenía una vida casi hecha, pero que influido por el poder del cine -específicamente la película The Wild One (1953) con Marlon Brando- decide crear su propio club de motociclistas, adoptando el papel de líder estoico y cool pero abrumado por una imagen que no siempre podrá respaldar. Al otro lado del espectro se encuentra Benny, quien no necesita aparentar nada ya que su natural forma de ser resulta perfecta para el grupo, a pesar de (o debido a) su tendencia impetuosa y testaruda. Como le explica el primero en una escena de la cinta, él es todo lo que los otros miembros del club quieren llegar a ser.

Estas dicotomías y tensiones están presentes a lo largo de todo el relato, como el carácter subversivo de los miembros del club y la necesidad de contar con reglas para mantener cierto orden entre ellos, o la fascinación que produce el grupo y la violencia que se esconde detrás de ese atractivo. La obra transcurre en un punto de inflexión de la subcultura de los motociclistas en Estados Unidos, definida por el regreso de los veteranos de la guerra de Vietnam al país, el consumo de drogas duras entre sus miembros y un aumento en los niveles de criminalidad de esos clubes. La llegada de los años 70, como ocurrió con varios otros segmentos de la sociedad, significó la decadencia y el término de lo que se consideró la edad de oro del motociclismo en aquel país.

Un cineasta como Nichols, que se preocupa por la humanidad de sus personajes y por la textura de los lugares donde transcurren las historias, es capaz de construir una obra que se siente multidimensional, que va más allá de lo estético. El trabajo de su director de fotografía Adam Stone, con quien ha colaborado en todos sus largometrajes, no es solo atrayente en términos visuales, sino que contribuye a dar forma a la realidad en la que está ambientada la película. Permite, por un lado, entender la fascinación que sienten quienes quieren unirse al mundo de las motocicletas, y por otro lado representar las sombras que se van apoderando de esa actividad, desdibujando lo que alguna vez fue un sueño para sus miembros.

El cambio que retrata la película viene acompañado de un cambio generacional, donde la irrupción de personajes más jóvenes implica la adopción de métodos violentos, despiadados, que no muestran consideración por el valor de las tradiciones. Así como los fundadores del club se rebelaron en contra de una sociedad que les parecía conformista y aburrida, los nuevos aspirantes los ven a ellos como individuos que deben dar un paso al costado y darle espacio a otra forma de ver el mundo.

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